¿Devoción a la Virgen?, sí; pero auténtica

Todo lo que no se abre es egoísmo. Devoción mariana que acaba en sí misma es falsa y alienante. El trato con María la Virgen de las Cruces nuestra Patrona, que buscase exclusivamente seguridad o consolación, sin irradiarse hacia la construcción de un reino de amor, no solamente es una sutil búsqueda de sí mismo sino un peligro para el desenvolvimiento normal de la personalidad.

Nosotros, en todo lo referente a la devoción de la Virgen, incluido: la peregrinación al Santuario, las medallas y escapularios, imágenes y cuadros; novenarios, rezos, procesiones, romerías y cantos, hemos de buscar signos que despierten la fe y conduzcan al amor. No siempre es así, ciertamente. Muchas veces está todo mezclado: superstición, interés personal, queriendo conseguir algo o agradecer un favor. (Lo cual en el fondo es buscarse a sí mismos, no buscar amar). Y también puede haber devoción verdadera, v. g. pidiendo los fieles otra clase de valores como la fe, la humildad, la solidaridad con las alegrías y penas de los demás (procurando pasar de sólo palabras a los hechos, en lo que dependa de nosotros), la fortaleza, el servicio y el amor a los demás.

Cuando la devoción a la Virgen no está clara en lugar da ser la Madre que engendra en nosotros a Jesucristo, queremos transformarla muchas veces en economista que solucione los reveses económicos; el médico que sana las enfermedades incurables, en la mujer mágica que tiene la fórmula secreta para todos los imposibles. No acudamos a Ella solamente para esto. Sin darnos cuenta fomentamos instintos religiosos, sentimientos religiosos, en lugar de promover la fe. Y, naturalmente, es diferente el sentimiento religioso de la fe verdadera.

La auténtica devoción a la Virgen de las Cruces, la fe de verdad nos tiene que llevar a aceptar a Jesús (su Hijo) no de cualquier manera. Se trata de aceptarlo como norma decisiva de la propia existencia. Y esto significa que para nosotros en el mundo el valor definitivo, al que se subordina todo lo demás, es Jesús; de tal manera que a nosotros nos tiene que gustar lo que a El le gusta y tenemos que reaccionar como reacciona El y tenemos que valorarnos y valorarlo todo como lo valora El.

Convertirse a la fe es convertirse a otro, seguir a Jesús de tal manera que, en una decisión definitiva, el hombre se lo juegue todo a una sola carta, abandonando todo juego posterior. Por eso la fe es aceptar a otro que venga a invadir y a incautarse de mi propia persona, procurando tener actitudes en toda nuestra vida; pero nuestra autonomía se rebela violentamente y protesta ante esto que se le quiere imponer. Quien entienda la devoción a la Virgen de las Cruces como un camino para seguir a su Hijo, ese la ha comprendido bien. Así debe ser la nuestra.

FELIX FERNANDEZ VILLA
Sacerdote

FUENTE: Revista de la Feria y Fiestas año 1982 

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